CRÓNICA CAMPEONATO DE MADRID DE CROSS INDIVIDUAL
PARTE I:
Que sí. Que la crónica es de correr, ya lo sé. Que esas “cosas raras” que estudio a veces no os interesan. Me las puedo quedar yo. Pero es que hoy me vais a tener que dar la razón, ya veréis, con esto de que la vida se parece mucho a la Física. El otro día me decías, César, que, al final, todo se reduce a hacer mil y una aproximaciones. Eso decía también mi profe de Mecánica, mientras nos explicaba el lagrangiano: “suponemos esto, suponemos lo otro, y al final el movimiento se reduce a la ecuación del oscilador armónico”.
Vale. Ya. Se acabó. Pero es que el atletismo es un auténtico oscilador armónico. Un péndulo, vaya, para los de letras. Funciona en periodos. A veces, las menos, uno vive periodos maravillosos. El péndulo oscila de lado a lado sin problema. Pero, muchas otras, la mayoría, los engranajes se atascan. Las cosas no salen. Uno lo intenta, pero hay algo que no funciona.
Soy inconformista. Mucho. Pero no soy estúpida. Soy consciente, plenamente consciente, de que llevo ya varios meses viviendo uno de esos periodos de amplitud perfecta, de oscilaciones limpias. Esto es atletismo, así que diré que se trata de un periodo de buenos resultados. Buenos, que podrían ser mejores. De ahí que diga que soy inconformista. Me gustaría que este periodo de mi vida durara lo máximo posible. Porque está bien, y me lo estoy pasando bien. Pero no, no soy estúpida. Sé que también me va a tocar saborear la otra cara. La amarga. La de remar contracorriente y tener que desatascar el engranaje. No me importa. Tengo las herramientas. Las que, poco a poco, estoy adquiriendo yo. Y las que me brindan todos los que me acompañan en el camino. Porque resulta que eso es independiente del periodo, mira. Los buenos mecánicos no tienen miedo de mancharse las manos manipulando engranajes. Ellos, mis mecánicos, sacarán la llave inglesa cuando me toque oscilar en la otra mitad de la rueda de la vida. Por eso, la victoria de hoy, que es también mi primer título como Sub23, va por ellos. Mis mecánicos. Seguimos picando piedra. Aunque eso no sea de mecánicos, sino de mineros (o de picapedreros). No importa.
PARTE II:
Es jueves por la mañana. Pasan unos 15 minutos de las 9. He conseguido sobrevivir a la batalla campal en la que se convierte la calle Arturo Soria de lunes a viernes. Con lo tranquilito que se puede rodar un domingo, caray. Giro de 180 para acceder al parque. A veces de algunos grados más, que me cierran una de las puertas, y uno debe andarse con cuidado. Os lo digo yo, que, como sabéis, soy tan cuidadosa. Bajo la cuesta imaginando lo divertido que sería hacerla subiendo. Llego a la explanada, de camino hacia el banco junto al que hacemos la técnica. Isidro también está llegando. Le grito que es un lento y le saco la lengua. Paro el crono. Me paro yo. Subo la mirada para comprobar si está Chechu. Cuando veo un cuerpo fino corriendo rápido, me sonrío. Está Chechu. Es una de las mejores partes de los jueves por la mañana. Hablar con él, digo. Verle correr también. Especialmente ahora que lo hace con los colores de la familia Suanzes.
No está el cuadro completo, no. Me falta Rafael. 80 años recién cumplidos (casi como yo los 20), y una precisión mayor que la mía cuando toca dar muchas vueltas. No falla el hombre. Desde que nos conocimos no ha cursado baja más de un par de jueves. Al principio, me veía correr de lejos. Después, qué leches, con la buena perspectiva que hay en el banco del extremo del parque. Posición privilegiada, y encima sentadito. Le faltan al hombre las palomitas, y de cine, nunca mejor dicho. 80 años, sí, pero no sabéis lo actualizado que está. Séptima en Itálica, sí, pero sexta española. Que ya había visto él que esa que me adelantaba al final era portuguesa. El otro día le llevé a mi amigo Rafael un pequeño recuerdo que le había traído de Dublín. Dedicado. De repente me miró muy serio. Que quién era Rafael, me dijo. ¡Pero bueno! ¡Cómo que quién es Rafael! Que no, que no. Que él era Manuel. M-A-N-U-E-L. ¿Cómo era aquello? Ah, sí, “tierra trágame”. Pues eso, tierra trágame.
Acabo de terminar la última serie. “Isidro, ¿puedo hacer una serie más? “¡Nooooo! A soltar. ¡Despacio!”. Pues nada, a soltar se ha dicho. Pero eso de “despacio” ya lo veremos. Porque mientras suelto, de camino al club, Isidro baja en coche. Evidentemente, no me puede ganar Isidro. Ni su coche. El último día perdí, tengo que reconocerlo. Pero es que Isidro pilló todos los semáforos en verde. Eso es trampa. Así que, normalmente, cuando llego al club y compruebo que soy la primera, sonrío. Ya venía sonriendo mientras soltaba. Pero sonrío más. En ese momento, me doy cuenta de que ya se ha acabado mi mañana de jueves. La atlética, se entiende. Pero no os creáis que dejo de sonreír. Porque sé que ya quedan menos horas para el próximo jueves.
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