lunes, 26 de septiembre de 2022

CRÓNICA XXXIV MILLA DE SUANZES

 PARTE I:

Mi primera “milla” no fue una milla, sino un kilómetro. Desde aquel lejano septiembre, no me he perdido ninguna edición. Vale, tenéis razón. La del 2020. Pero esa nos la perdimos todos. Así que, objetivamente, no cuenta. Las he corrido todas. Desde hace tres o cuatro años, además, para gran alegría de mi madre. Porque me llevo el jamón. Y no sabéis aquí la jefa... Desde la primera vuelta está salivando.

Jamones aparte, la de ayer fue una milla muy, muy especial. Lo fue para mí, por el hecho de estar corriéndola. No tengo que remontarme tan atrás para verme incapaz de dar un paso. Lo fue también porque, como aquel primer kilómetro, subí al lugar donde entreno siempre acompañada de las dos personas más importantes de mi vida: mis padres.  Tranquilo, Isidro, que ya sabes que tú eres la tercera. Por si estos dos motivos no fueran suficientes, tengo más. La pista estaba llena. Llena de gente conocida y querida. Llena de gente que se volcó de principio a fin, gritando mi nombre durante cada una de las ocho vueltas.

Así que, como veis, no exagero cuando os digo que la edición de ayer fue especial. Todavía no ha sido aceptada mi propuesta de convertir la “milla” en una “doble milla”. ¡Qué le vamos a hacer! Pero, a pesar de ello, creo que jamás dejaré de participar en ella. Desde luego, si por mi madre fuera, ya estábamos la semana que viene repitiendo la proeza. Pero es que, madres aparte, tampoco por voluntad propia renunciaría a una prueba así. Así de familiar. De especial. De única. Porque, ¿os cuento un secreto? Sólo hay una cosa mejor que sentirse como en casa. Saber que estás en ella.  Con mi pijama roji-negro, os invito a hacernos una visita el año que viene.


PARTE II:

El bueno de Newton era un auténtico genio. Seguro que en el colegio os hablaron hasta la saciedad de sus múltiples proezas. Empezarían por la manzana, digo yo. La supuesta manzana cuya caída propició el desarrollo de la importantísima Ley de Gravitación Universal.

De gravedad y órbitas hablamos otro día, si os parece. El pobre Isaac hizo muchas cosas más. Entre ellas, sentar las bases de la mecánica clásica. Con sus tres leyes del movimiento, Newton revolucionó la Física conocida. El mundo entero de la ciencia, diría yo.  Después vinieron otros, claro. Lagrange y Hamilton, por ejemplo. Y con ellos, la formulación lagrangiana y hamiltoniana de la mecánica. Una revisión de los postulados newtonianos que, a mí, cuando lo estudié el curso pasado, me cautivó desde el primer momento.

En la formulación hamiltoniana de la mecánica, las partículas están descritas por sus coordenadas generalizadas y sus momentos conjugados. No os asustéis, que ahora me explico. Imaginad que cada uno de vosotros es una pequeña partícula dentro de un sistema. En verdad, lo somos. Diminutas partículas humanas en el gran sistema del Universo. Así que quedamos en eso, en que sois particulitas. Bueno. Pues, para diferenciaros del resto, necesitáis algo que os caracterice, claro está.  Y aquí es donde entran en juego esos dos conceptos que he mencionado antes. Las coordenadas generalizadas, simplificando, caracterizan la posición de la partícula. Describen, grosso modo, lo que cada uno sois. Los momentos conjugados, en cambio, guardan relación con el movimiento. Serían, por así decirlo, las diferentes cosas que hacéis.

Según la Física Estadística, cada uno de nosotros constituiría, entonces, un microestado. Y formaría parte, seguro que ya me estáis siguiendo, del macroestado del mundo. Es sencillamente fascinante. Pero, dejadme que os sorprenda, porque lo más extraordinario aún no os lo he contado. Aunque la partícula se desplace, por ejemplo, alterando así su microestado, el estado final del macroestado no se ve modificado. El número total de microestados dentro de un mismo macroestado no cambia. Como la energía, que no puede crearse ni destruirse.

Y es que, por mucho que nos equivoquemos, por mucho que fallemos, seguimos siendo parte de algo mucho más grande. Algo que nos da, cada día, la oportunidad de salir en busca de otras configuraciones posibles. De nuevas y mejores versiones de nosotros mismos.




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