Parte I:
Este finde, el foco mediático estaba bien lejos de Madrid. Los puestos en atletismo me habéis pillado. Los menos, lo haréis pronto. Campeonato de España Absoluto. ¿Y cómo que no has ido a Ourense? Creo que me han hecho esa pregunta más veces en estos últimos días que vueltas dadas a Gallur durante el invierno. Y mira que han sido unas cuantas. No os voy a mentir, que ya sabéis que no me gusta. Estaba en el plan. Lo de Ourense. El 1500, que era para el que tenía mínima. Había reservado hasta el hotel. Que estos señores de Booking te lo ponen tan fácil que hasta los ineptos tecnológicos somos capaces de organizar un viaje.
Así que sí. Podría perfectamente haber estado en Ourense. En mi primer Campeonato de España Absoluto. Pero, para ello, este señor de la foto, que me cuenta siempre las mismas batallitas, y que a veces no me deja correr tanto como me gustaría, habría tenido que meterse entre pecho y espalda 500 km al volante. Ojo. 500 de ida. Después, otros 500 de vuelta. ¿Sabéis? Los habría hecho. Esos y los necesarios para llevarme al fin del mundo. 20 años puede que sean aún pocos para muchas cosas. Pero, sin duda, son suficientes para saber que no habría tenido ningún sentido. Que habría sido un capricho, una actitud egoísta. Así que sí. No estar ha sido una decisión mía. Probablemente no la mejor ... atléticamente hablando, claro. Porque por encima de lo atlético estará siempre lo humano. Y ahí tengo la certeza de que no me he equivocado.
Parte
II:
Diciembre fue
para mí un mes mágico. No tengo que jurarlo. Un Europeo, un buen 3000 y una
victoria preciosa en la carrera de mis sueños. Desde entonces, dos meses de
competiciones sin interrupción. Final de un cuatrimestre exigente y comienzo
de uno que lo es aún más. Pinchazos en los dedos con una regularidad semanal
más precisa que los pasos de una “liebre”. Un título autonómico absoluto, y uno
Sub23. Un debut en el cross “de mayores” con un “Top Ten menos uno”. Un
quinto puesto nacional en el anillo de Salamanca. De 9.58 a 9.38 en las 15
vueltas. De coronar Vallecas en algo menos de 35.30 a hacerlo en algo más de
34 minutos. De haber olvidado desde dónde se salía en el 1500 a conseguir en
esa prueba mi primera mínima absoluta.
Han sido unas
semanas frenéticas. Como soy de ciencias, pues entenderéis que me gusten las
estrellas. Me habría gustado, como ellas, poder brillar un poquito más. Las
noches estrelladas son preciosas. Pero sé que no me puedo quejar. Aunque con
sus nubes, este invierno también ha tenido momentos de Sol. Me lo he pasado muy
bien. He entrenado y competido a ritmos que antes me parecían una utopía. He
conseguido mis mejores notas universitarias (hasta el momento) estudiando en
tropecientas habitaciones de hotel. He afrontado cada reto deportivo y humano con
ilusión y, aunque soy un desastre, hasta he conseguido no perder mi cinta
naranja en ningún punto de la geografía española.
Se acaba para mí el invierno. Tranquilos. El atlético. Contra la
Naturaleza no voy. Sé que necesito echar el freno de mano. Alejarme del ruido
de fuera para que todo vuelva a fluir dentro. Me da un poco de pena, porque han
sido semanas muy bonitas. Vivirlas yo, pero especialmente compartirlas con los
míos. Ahora es momento de seguir construyendo. Un nuevo edificio. Con la
certeza de que ellos, los míos, me ayudarán a apilar ladrillos. Con la ilusión,
también, de que vosotros seguiréis leyendo las palabras que escriba cuando
llegue el momento de inaugurarlo. Id guardando los abrigos, que pronto empieza
la mejor parte del año.
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